Campaña "El despertar de los Dragones" Capitulo III. Parte 1



 

Capitulo III. “Llegada a Haiengen”.

La cueva encantada

 

El camino hacia Haiengen no resultó ser una travesía sin incidentes para nuestro grupo de valientes aventureros. A lo largo de su viaje, se encontraron con un grupo de forasteros liderados por Argon de Hedos, un impresionante minotauro. Este grupo tenía un objetivo peculiar: entrar en la legendaria Cueva Encantada de Mirla. Sin embargo, la mayoría de los compañeros de Argon no compartían su entusiasmo por aventurarse en un lugar tan inquietante.

Al ver el potencial en el nuevo grupo formado por nuestros aventureros, Argon decidió unirse a ellos en su expedición hacia la cueva. La presencia del minotauro sería invaluable en las próximas situaciones que se avecinaban.

Weedman, con su destreza mágica y sensibilidad hacia lo sobrenatural, pronto notó algo extraño en el ambiente. El grupo se adentró más en la cueva y se desvió un poco para investigar. Lo que descubrieron fue asombroso y peligroso. Había piedras en el suelo que parecían estar absorbiendo la energía mágica de los seres que pasaban cerca de ellas. Dhulk observó la reacción de Weedman mientras tocaba una de estas piedras y supo que algo andaba mal. La magia de Weedman estaba siendo drenada por estas extrañas piedras.

Luego, regresó Argon, quien había estado recopilando algunas de estas piedras. Sorprendentemente, logró extraer nueve de ellas. No sabían aún para qué podrían ser útiles, pero guardaron las piedras con cuidado.

Su aventura los llevó más adentro de la Cueva Encantada, donde se encontraron con una criatura asombrosa y peligrosa: un hongo gigante carnívoro. Este ser liberaba feromonas que tenían el poder de hipnotizar a sus víctimas y atraerlas hacia él. Alma, en un momento de vulnerabilidad, fue hipnotizada por estas feromonas y comenzó a acercarse al hongo.

En un esfuerzo desesperado por evitar que Alma fuera atrapada, Azael tomó medidas extremas y se hirió en el brazo con su propia espada, cortando temporalmente la hipnosis. Mientras tanto, Dhulk, el semigigante del grupo, intentó agarrar a Alma para llevarla lejos del peligro, pero la planta astutamente se liberó y engulló a Alma.

Una feroz batalla estalló cuando Alma quedó atrapada en el interior del hongo, experimentando un dolor que hacía eco en los corazones de sus compañeros. Juntos, lucharon con todas sus fuerzas y habilidades para liberar a Alma. Trabajando en armonía, finalmente lograron vencer a la planta carnívora, salvando a su amiga en el proceso.

Continuaron explorando las profundidades de la cueva y descubrieron una sala que parecía estar llena de tesoros. Había un cofre y varias piedras mágicas, cada una con su propia peculiaridad. Había piedras negras que parecían otorgar maldiciones, piedras rojas que hacían que estacas afiladas surgieran del suelo, piedras azules que creaban torbellinos capaces de congelar a quien se acercara, y unas manos esqueléticas emergiendo del suelo.

Pero lo más inquietante fue una piedra verde que, al parecer, tenía el poder de transformar a seres vivos en lagartos. Decidieron arrojar una araña hacia esta piedra como experimento, y el resultado fue una metamorfosis impactante.

El cofre que se hallaba en la sala demostró ser una ilusión destinada a tentar a los incautos aventureros para que cayeran en las trampas de las piedras. La verdadera naturaleza de esta sala se reveló cuando encontraron una piedra oscura que emitía una niebla densa y misteriosa. La piedra resultó ser un desafío: aquel que la atravesara quedaría maldito y sería teletransportado a otra parte de la cueva.

Continuaron su exploración y se encontraron con un pequeño lago mágico. Este lago tenía propiedades curativas sorprendentes. Todos recuperaron la magia perdida y sanaron sus heridas. Sin embargo, el demonio Azael quedó tan profundamente hipnotizado por el lago que no quería salir de sus aguas.

Finalmente, Alma logró sacar al demonio de su trance con sus palabras y su cariño. Salieron del lago y continuaron avanzando. Llegaron de nuevo a la entrada de la cueva, donde una extraña visión aguardaba a Azael.

En ese instante, Azael vislumbró la luna llena en un rincón de la cueva. Esto desató una transformación inquietante: Azael comenzó a convertirse en un licántropo. Sus ojos reflejaron la bestia interior mientras su cuerpo se retorcía bajo la influencia de la luna. Rápidamente, sus compañeros intervinieron y lo ataron con una cadena de plata para prevenir que se desatara por completo.

Con la llegada del alba, decidieron acampar en la entrada de la cueva, asegurando a Azael y tomando precauciones para evitar más problemas. La noche pasó sin mayores incidentes, y cuando amaneció, emprendieron su camino hacia Haiengen, que ahora estaba a menos de treinta minutos de caminata.

La Cueva Encantada de Mirla los había puesto a prueba en numerosos sentidos, desafiando su valentía, habilidades y lazos de amistad. Sin embargo, ahora estaban más unidos y mejor preparados para lo que el futuro les deparaba en su búsqueda del misterioso artefacto que había llevado a nuestro grupo a este viaje épico.

 

En una pequeña ciudad de Haiengen, pueden ocurrir muchas cosas. Lo más emblemático de la ciudad es El Pozo de los Deseos, un pozo profundo en el suelo, rodeado por un pequeño muro de piedra. La gente del pueblo cree que un dragón se esconde en el fondo del pozo y que despertará y destruirá el pueblo a menos que se agregue al menos una moneda a su tesoro todos los días. El pozo se encuentra en la plaza mayor de la ciudad. En la misma plaza se encuentra La Torre del Reloj un reloj mágico, instalado en un monolito de cristal tallado. Fue construido por un artesano élfico hace mucho tiempo, y desde entonces se ha mantenido perfectamente sincronizado.

 

Entrando por la entrada norte cruzando el distrito de Fairy Cliff, se cruzarán con un gato negro que lleva una daga ensangrentada en la boca, justamente al lado de una mendiga repitiendo una y otra vez lo mismo: “En el Reino de las Espadas, cuando el Jabalí de Plata esté encadenado y las estrellas caigan del cielo, la Hija de las Monedas despertará”

 

Al otro lado de la calle una anciana, pobrísima y harapienta, era una figura frágil y encorvada que se movía con dificultad por el callejón. Su piel arrugada, como pergamino envejecido, estaba marcada por el paso implacable del tiempo y por las inclemencias del clima. A pesar de la extrema delgadez que revelaba sus huesos, su espíritu irradiaba una extraña fortaleza.

Vestía harapos andrajosos que apenas colgaban de su demacrado cuerpo. Su ropaje estaba compuesto por retales de telas descoloridas y desgarradas que se entretejían como una manta improvisada. No portaba ningún tipo de abrigo, a pesar de la evidente crudeza del clima, y su único refugio eran las sombras del callejón.

Su cabello, que una vez fue oscuro y profundo, estaba ahora completamente blanco como la nieve. Los mechones desordenados caían sobre su frente arrugada y se entrelazaban con la tela raída de su capucha, ocultando la mayoría de su rostro de las miradas indiscretas.

Los ojos de la anciana eran lechosos y nublados, signo de su ceguera. Sin embargo, a pesar de su incapacidad para ver el mundo con sus ojos físicos, parecía poseer una percepción interna sorprendentemente aguda. Sus pupilas ciegas emanaban una especie de sabiduría ancestral, como si pudiera ver a través de las capas más profundas del tiempo y el espacio.

Las arrugas de su rostro, labradas por una vida llena de experiencias y sufrimientos, se asemejaban a cicatrices de historias pasadas. Su expresión era serena, como si hubiera alcanzado una especie de paz interior a pesar de las dificultades que la vida le había impuesto.

La anciana se sostenía sobre un bastón de madera desgastado y carcomido por los años, que utilizaba para explorar el mundo que tenía delante de ella. Aunque su cuerpo era frágil y su voz temblorosa, su presencia emanaba una sensación de resiliencia y misterio, como si fuera una depositaria de secretos ancestrales que habían sido tejidos en las hebras del tiempo. Era, sin lugar a dudas, una figura que no debía subestimarse, y sus palabras, aunque raras, llevaban consigo el peso de la verdad. Con sus ojos blancos y ciegos mira a los aventureros que acaban de entrar en la ciudad y les dice:

 

 "Cuando los Dragones despierten del letargo, Bajo la luna, en su resplandor, se forjará un destino amargo. Una gran oscuridad o luz, en equilibrio pendiente, Hará temblar a Beldar, su destino inclemente.

Un ciclope de un solo ojo, forjador de destino, Se alzará en el fragor, su poder divino. Un dragón negro, majestuoso y feroz, Será su contraparte en la danza, un oscuro juez.

El Orbe de los Dragones, ya olvidado, la clave, el enigma a resolver, En manos de elegidos, la verdad comprender. La elección será crucial, el mundo en sus manos, Luz o sombras, decidirán los destinos de todos.

Así, en el callejón del tiempo y la verdad, La profecía se teje, en la noche y en la eternidad. Aventureros, escuchad y decidid con prudencia, El futuro de Beldar depende de vuestra diligencia."

 

Antes de que la anciana cayera en un desmayo profundo, su voz retumbó en un tono enigmático y sombrío. Dirigiéndose a Alma con ojos vidriosos, pronunció palabras que resonaron con una extraña urgencia, como si el destino en sí mismo dependiera de su mensaje.

"Alma, escucha con atención", murmuró la anciana con voz temblorosa. "Un gran demonio vendrá a buscarte en un plazo de cuatro días. Lo que está en juego es mayor de lo que puedes imaginar. Prepárate, porque tu papel en el destino de Beldar será vital".

Volvió su mirada a Azael, quien la observaba ansioso. "En cuanto a ti, Azael, debes comprender que Alma será un faro de esperanza y un elemento clave para el futuro de Beldar. El destino de este mundo descansará en las decisiones que tomes en los próximos días. Las sombras acechan, pero también la luz. Dependerá de tu elección qué camino prevalezca".

Con esas palabras, la anciana se desvaneció en su trance, dejando a Alma y Azael atónitos y cargados de un misterio profundo. El tiempo apremiaba, y sus destinos se entrelazaban de una manera que solo el futuro revelaría por completo.

 

Después se fueron a comprar ansiosos por gastar sus ganancias en el equipo y las pociones que necesitaban. Pasaron casi todo el día navegando por las bulliciosas calles de la ciudad, buscando alforjas, espadas, y pergaminos mágicos. Finalmente, cuando el sol comenzó a inclinarse hacia el horizonte, decidieron darse un merecido respiro y buscar una taberna para cenar.

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