Ecos en la Biblioteca de Liefenb
El aire en la Biblioteca de Liefenb olía a pergaminos quemados
y tinta vieja. Las sombras danzaban entre los estantes, alargándose como garras
cada vez que una antorcha parpadeaba. Kael, el ladrón elfo, ajustó el cuero de
su armadura mientras examinaba el mapa robado.
—Aquí —señaló con un dedo cicatrizado—. El Ojo del Abismo está
en el Salón de los Susurros. Aranthia lo lleva incrustado en el pecho.
Lyria, la hechicera, pasó las páginas de un grimorio
prohibido. Sus ojos violetas brillaron con inquietud.
—No es solo un amuleto. Es una parte de Nyxaroth. Si lo
destruimos...
—Si lo destruimos —interrumpió Garrick, el guerrero humano,
afilando su espada con piedra—, liberamos a un dragón de esa maldición.
—Pero —susurró Lyria—, también liberamos un fragmento del Dios
de las Cadenas.
El silencio cayó sobre el grupo como un sudario. Kael deslizó
una daga entre sus dedos, incapaz de ignorar la sensación de estar caminando
sobre el filo de una decisión imposible.
—Si entramos al Salón de los Susurros, no habrá vuelta atrás
—murmuró—. La última vez que alguien intentó robarle a Aranthia, su alma fue
absorbida por el Ojo.
Garrick soltó un bufido y envainó su espada.
—Prefiero morir peleando que dejar que ese amuleto siga
reteniendo al dragón.
Lyria cerró el grimorio con un chasquido y se incorporó.
—Entonces debemos prepararnos. La magia en ese lugar es
antigua y está viva. Nos vigila.
Kael exhaló lentamente, sintiendo el peso del destino sobre
sus hombros.
—Bien —dijo finalmente—. Nos movemos en cuanto las sombras
cambien.
¡Por supuesto! Aquí tienes la continuación del capítulo. Ahora
nos adentramos en el Salón de los Susurros, donde los peligros acechan y la
verdad sobre el Ojo del Abismo comienza a revelarse.
Las sombras finalmente cambiaron.
Kael se deslizó entre los estantes con la precisión de un
depredador, sus pasos apenas un murmullo sobre las antiguas losas de piedra.
Lyria iba tras él, sus dedos rozando la cubierta de su grimorio como si de ahí
pudiera extraer la calma que el momento exigía. Garrick avanzaba con firmeza,
la mano sobre el pomo de su espada, como si la simple cercanía del acero
pudiera protegerlos de la magia que envolvía aquel lugar.
El Salón de los Susurros no era realmente un salón, sino un
laberinto de columnas grabadas con runas que vibraban con una energía apenas
perceptible. Cada paso que daban parecía despertar murmullos invisibles, como
ecos de voces olvidadas.
—No escuchéis lo que dicen —murmuró Lyria, apretando los
labios—. Son susurros antiguos, hechizos que buscan sembrar duda.
Garrick chasqueó la lengua.
—No me interesa escuchar nada. Solo quiero encontrar a
Aranthia y acabar con esto.
Kael no respondió. Su atención estaba fija en el pedestal que
se alzaba en el centro del laberinto. Sobre él, brillando con una intensidad
antinatural, estaba el Ojo del Abismo. Un núcleo oscuro, pulido como obsidiana
líquida, incrustado en la carne pálida de una figura inmóvil: Aranthia.
La guardiana no parecía viva, pero tampoco muerta. Su piel
estaba marcada con venas negras que palpitaban con el mismo ritmo que las runas
del salón. Sus ojos, vacíos y carentes de emoción, se alzaron lentamente al
sentir su presencia.
—Os esperaba —susurró. Su voz no provenía de su boca, sino de
los muros que los rodeaban.
Kael sintió que el frío se intensificaba. La atmósfera vibró,
y el Ojo del Abismo destelló con una fuerza que hizo temblar las paredes del
salón.
—Aranthia... —Lyria apretó su grimorio—. Aún estás bajo su
dominio, ¿no es así?
La mujer esbozó una sonrisa gélida.
—Nyxaroth nunca suelta lo que es suyo.
Garrick no esperó una segunda advertencia. Con un rugido,
desenvainó su espada y se lanzó hacia ella.
El Ojo del Abismo reaccionó primero.
Antes de que la hoja pudiera alcanzarla, la magia oscura se
desató en forma de una explosión de sombras. Kael rodó hacia un lado, sintiendo
el impacto de la energía corroer el suelo donde había estado. Lyria levantó una
barrera con su magia justo a tiempo para evitar que Garrick fuera
consumido.
—¡No podemos atacarla de frente! —gritó Kael—. ¡El Ojo está
protegiéndola!
Lyria entrecerró los ojos.
—Entonces atacamos el Ojo.
Un estruendo sacudió el Salón cuando las runas empezaron a
girar, liberando una letanía de encantamientos. La batalla había comenzado.
Las runas que adornaban las columnas del Salón de los Susurros
cobraron vida, su luz espectral proyectando sombras fantasmales en las paredes.
Kael rodó para esquivar un nuevo estallido de energía oscura, su corazón
martilleando contra su pecho.
—¡Las runas se están activando! —gritó Lyria, sus dedos
trazando símbolos en el aire.
Garrick, sin vacilar, se lanzó contra la columna más cercana y
hundió su espada en la piedra tallada. La vibración del impacto reverberó por
la estancia, pero la energía del Ojo del Abismo no flaqueó.
—No es suficiente —gruñó—. ¡Necesitamos otra estrategia!
Aranthia flotó sobre el pedestal, el Ojo pulsando dentro de su
pecho como un corazón oscuro. Su voz emergió de todas partes y de ninguna a la
vez:
—No podéis romper lo que ya está unido al destino.
Kael apretó los dientes y se lanzó hacia ella con una
velocidad sobrehumana, el filo de su daga buscando la brecha entre carne y
magia. Pero antes de que pudiera alcanzar su objetivo, una ráfaga de energía lo
lanzó hacia atrás, haciéndolo chocar contra una pila de libros antiguos.
Lyria cerró los ojos y murmuró un encantamiento. La luz
púrpura de su magia se condensó entre sus manos antes de lanzarse hacia el
pedestal. El Ojo del Abismo vibró con furia.
Las sombras en la estancia se agitaron. La magia misma se
estremeció.
Entonces ocurrió algo inesperado.
El suelo bajo ellos se agrietó, y del abismo emergieron fragmentos
de cadenas, flotando como espectros en el aire. Susurraban con voces
inexistentes, y su presencia hizo que el Ojo del Abismo latiera con una
violencia aterradora.
Aranthia gimió de dolor.
—No... no podéis...
Kael, aún adolorido, entendió el mensaje.
—Las cadenas... son parte de Nyxaroth —jadeó—. Si las
invocamos, debilitamos al Ojo.
Garrick se incorporó, la determinación ardiendo en su
mirada.
—Entonces rompámoslas.
Lyria extendió sus manos, su magia formando un círculo de
energía alrededor de los fragmentos flotantes. Las cadenas comenzaron a
reaccionar, sus formas distorsionándose como si intentaran resistirse.
Aranthia gritó.
El Ojo del Abismo comenzó a fracturarse.
Pero lo que ocurriría después... nadie lo había previsto.
Las cadenas flotaban en el aire, girando con un resplandor
espectral mientras Lyria intentaba contenerlas con su magia. Pero el Ojo del
Abismo reaccionó. Las sombras se expandieron, devorando la luz de las antorchas
y envolviendo la estancia en una noche eterna.
Kael sintió su corazón detenerse por un instante cuando vio el
cambio en Aranthia. Ya no era una simple hechicera renegada. El poder de
Nyxaroth la había reclamado por completo.
Sus ojos, antes humanos, ahora eran abismos sin fondo. La piel
marchita resplandecía con las mismas grietas que las cadenas flotantes. Y
cuando habló, su voz ya no era la suya.
—Ahora yo soy el Ojo.
Un vendaval de magia oscura se desató, golpeando a los
aventureros sin piedad. Kael se cubrió el rostro, sintiendo el ardor de la
energía desgarrándole la piel. Lyria gritó al ver su barrera destrozada.
Garrick apenas tuvo tiempo de levantar su espada antes de que las sombras lo
envolvieran.
Aranthia se alzó sobre ellos, victoriosa.
—Vuestra lucha ha terminado. Nyxaroth volverá.
Las cadenas se cerraron en torno a su cuerpo, no para
aprisionarla, sino para fortalecerla. La Biblioteca de Liefenb tembló, y los
muros exhalaron los ecos de una victoria oscura.
Kael, herido y debilitado, comprendió la verdad. No podían
ganar. No aquí. No contra ella.
—Lyria... —tosió sangre—. Sal de aquí. Ahora.
La hechicera lo miró con desesperación, pero lo entendió. Era
demasiado tarde para vencer.
Garrick aún luchaba, pero cada movimiento era menos preciso,
menos firme. Las sombras se aferraban a él como si fueran parte de su
carne.
Lyria cerró los ojos y pronunció las palabras de un último
hechizo. No para atacar, sino para huir.
El aire alrededor de ella y Kael estalló en luz, un portal de
escape rasgó la realidad, y antes de que Aranthia pudiera reaccionar,
desaparecieron.
Garrick no lo logró.
La Biblioteca se cerró sobre sí misma.
Y en el Salón de los Susurros, en aquel pedestal donde una vez
existió el Ojo del Abismo, Aranthia ahora reinaba.
El temblor en la Biblioteca de Liefenb no cesó. Las runas
vibraban con una furia contenida, alimentadas por la presencia del Ojo del
Abismo. Los muros exhalaban un lamento antiguo, un eco de las almas atrapadas
en el Salón de los Susurros.
Kael y Lyria emergieron del portal en el pasillo superior, su
piel aún impregnada con la energía oscura. El aire estaba denso, la realidad
parecía distorsionarse a su alrededor, como si la Biblioteca rechazara su
presencia tras la derrota.
—Garrick... —murmuró Lyria, con la voz quebrada.
Kael cerró los ojos, su mandíbula apretada. No podían hacer
nada por él. Lo habían perdido.
Pero no solo a Garrick. Habían perdido más que un amigo;
habían perdido la batalla. Aranthia no solo había ganado, ahora era el Ojo.
Lyria se desplomó sobre un viejo escritorio, su respiración
entrecortada. Su magia estaba agotada, y la resonancia del Ojo la afectaba. Sabía
lo que significaba: Aranthia ahora tenía un vínculo con Nyxaroth más fuerte que
nunca.
Kael no dijo nada. Su mirada estaba fija en las estanterías
cubiertas de polvo y pergaminos esparcidos. Su misión había fracasado, y el
mundo pronto lo sabría.
Desde el centro del Salón de los Susurros, Aranthia extendió
sus manos. El poder la envolvía como un sudario, las cadenas antes flotantes se
entrelazaban en sus brazos como si fueran parte de ella.
—El destino ha hablado —susurró, su voz resonando en todos los
rincones de la Biblioteca.
Las sombras se inclinaron ante ella. Las runas ardieron con
una intensidad oscura, y la magia antigua de Liefenb se transformó,
convirtiéndola en algo distinto, en algo corrupto.
El conocimiento que alguna vez se almacenó en sus estanterías
se desvaneció, los pergaminos antiguos quemándose en silencio. La historia que
contenía ahora sería reescrita por su nueva soberana.
Aranthia alzó el Ojo del Abismo en su pecho, sintiéndolo
pulsar con vida propia. Nyxaroth despertaría. No ahora, no de inmediato. Pero
pronto.
Y entonces, el mundo lo sentiría.
Kael ayudó a Lyria a levantarse, sintiendo el peso de la
desesperación caer sobre ellos.
—Tenemos que salir de aquí —dijo.
Lyria lo miró con una mezcla de furia y resignación.
—¿Y luego qué? No podemos detenerla ahora.
Kael apretó los puños. No, no podían.
Pero aún quedaba una última esperanza. Algo que no habían
considerado antes.
—El Orbe de los Dragones —susurró.
Lyria parpadeó.
—No podemos usarlo. No todavía.
Kael asintió. No todavía, pero pronto tendrían que hacerlo.
Las sombras los acechaban, pero no los detuvieron. Aranthia
los dejó ir.
Y eso era lo más aterrador de todo.
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