La creación de Beldar

En un mundo oculto tras una cortina de estrellas, existía un reino suspendido en el aire, conocido como Velanor. Este reino flotante, envuelto en nubes cristalinas y colinas doradas, estaba iluminado por dos lunas gemelas que danzaban lentamente en el cielo eterno. Entre sus habitantes, los celestiales, había dos almas destinadas a encontrarse: Arion, un joven con el don de invocar constelaciones con su música, y Lyra, una guardiana que protegía los portales que conectaban Velanor con otros mundos.

Desde su nacimiento, Arion había intentado descubrir la melodía perfecta, aquella que hiciera que las estrellas hablasen y revelaran los secretos de la creación. Lyra, por su parte, dedicaba sus noches a vigilar el portal más antiguo, una puerta de oro que resonaba suavemente con cada paso de las lunas. Aunque sus caminos se habían cruzado en el pasado, nunca se habían detenido a conocerse realmente, hasta que el destino los unió.

El día en que Arion descubrió la melodía que abría el portal custodiado por Lyra, el tiempo pareció detenerse. Las estrellas titilaron con un fulgor nuevo, las lunas se tornaron de un blanco resplandeciente y, por un instante, el universo entero escuchó la conexión que nacía entre ellos. Sin embargo, aquel portal llevaba a un mundo prohibido, un lugar desconocido donde los celestiales no podían pisar sin perder sus dones. Pero el amor y la curiosidad eran más fuertes que cualquier advertencia, y juntos cruzaron el umbral.

Arion y Lyra, al otro lado del portal, encontraron un vacío infinito, una vastedad sin forma que solo aguardaba la llegada de sus creadores. Allí, en el corazón de la nada, decidieron construir un mundo.

Arion alzó su lira y tocó una melodía que encendió el firmamento: constelaciones emergieron como faros en la oscuridad y auroras surcaron los cielos, narrando historias de amor y sacrificio. Su música dio vida al viento, que comenzó a susurrar secretos entre las montañas y los valles. Lyra, con su magia protectora, moldeó los océanos y ríos, dotándolos de una esencia curativa y de un brillo inmutable. Juntos dieron forma a la tierra, al sol y a cada criatura que habitaría este mundo, Beldar.

Para mantener el equilibrio, Arion y Lyra crearon a los Yith, los primeros habitantes de Beldar. Seres de luz y energía pura, los Yith poseían una conexión única con las líneas ley, los flujos mágicos que mantenían el orden del mundo. Su piel resplandecía bajo la luz de las lunas y sus voces eran ecos de la melodía primordial de Arion.

Los dioses les confiaron una misión sagrada: construir portales a lo largo de las líneas ley para conectar todos los rincones de su mundo y garantizar el flujo de la energía. Durante siglos, los Yith trabajaron incansablemente, tallando estructuras magníficas que resonaban con la magia del cosmos. Cada portal reflejaba la armonía entre la música de Arion y la protección de Lyra.

Pero, como ocurre con toda creación, el equilibrio comenzó a tambalearse.

A medida que exploraban las líneas ley, los Yith comenzaron a descubrir secretos más profundos de los portales. No solo conectaban lugares de Beldar, sino que abrían puertas a realidades paralelas, dimensiones antiguas con leyes y energías que incluso Arion y Lyra desconocían.

Los Yith, en su sed de conocimiento, comenzaron a interactuar con estas fuerzas, despertando entidades primordiales que no podían controlar. Las líneas ley temblaron, el flujo de magia se desestabilizó y criaturas caóticas emergieron de los portales, devorando aldeas y desafiando la esencia misma de Beldar.

Cuando la situación alcanzó su punto crítico, Arion y Lyra intervinieron. Comprendieron que la ambición de los Yith había conducido al caos, pero también entendieron que estos seres habían sido una parte esencial de su creación. Tomaron una decisión dolorosa pero necesaria: despojaron a los Yith de su existencia física y los transformaron en las Corrientes Eternas.

Ahora, estas corrientes invisibles fluyen por las líneas ley, reparando el daño y asegurando que los portales solo se activen bajo condiciones específicas. Aunque los Yith desaparecieron como raza tangible, su esencia aún susurra en los rincones de Beldar.

Sin que Arion y Lyra lo supieran, en el caos que desataron los Yith, una entidad oscura se infiltró en Beldar: Nytheris, un ser primordial nacido de la sombra entre dimensiones. Cuando los portales estuvieron al borde del colapso, Nytheris atravesó uno de ellos y se escondió, alimentándose de la energía residual de las líneas ley.

Su presencia comenzó a extenderse lentamente, corrompiendo el equilibrio de Beldar. Los ríos oscurecieron, las estrellas perdieron su fulgor y los portales resonaban con una inquietante melodía. Arion y Lyra percibieron su presencia, pero no conocían su verdadero poder.

Cuando Arion y Lyra crearon Beldar, su amor y poder dieron forma a la armonía del mundo. Pero con la llegada de Nytheris, el equilibrio fue puesto a prueba. La entidad primordial, nacida del caos entre dimensiones, se infiltró en Beldar en medio de la crisis de los Yith y, en las sombras, comenzó a corromper la esencia del mundo.

Los dioses comprendieron que, por más poderosos que fueran, no podían enfrentar a Nytheris solos. Así, Arion y Lyra elevaron un canto celestial, invocando a sus hermanos y hermanas, dioses nacidos de los fragmentos más puros de la creación.

Solara, diosa del fuego y la luz, cuya presencia iluminaba los rincones oscuros de Beldar.

Vaelis, dios de los mares y las profundidades, capaz de contener la furia de la magia caótica.

Elyndra, diosa del viento y la sabiduría, quien comprendía los secretos de las líneas ley.

Kaelor, dios de la tierra y la protección, el escudo contra la corrupción

Con su ayuda, Arion y Lyra forjaron la Lanza de las Estrellas, un arma capaz de sellar el flujo del caos y restaurar el equilibrio en Beldar. Los dioses marcharon juntos hacia los portales oscuros, preparados para la batalla.

Pero Nytheris, astuto y cruel, no permaneció pasivo. En lo más profundo de las líneas ley, el ser primordial comenzó a crear a sus propios hermanos y hermanas, dioses nacidos de la corrupción y el desorden. Cada uno reflejaba un aspecto del caos:

Xanvaris, la devoradora de sueños, quien sumía a los seres de Beldar en pesadillas eternas.

Draegar, el titán de las sombras, cuya presencia apagaba la luz de las constelaciones.

Ozrath, el tejedor de engaños, cuyas palabras podían envenenar hasta a los más sabios.

Valthor, el destructor de mundos, una fuerza imparable capaz de consumir el poder de los dioses.

Con su legión reunida, Nytheris desató la guerra cósmica. El cielo de Beldar se tiñó de llamas negras, los océanos se alzaron como furiosas bestias y las estrellas temblaron bajo el peso de la batalla. Cada golpe de los dioses resonaba en el tejido del universo, y el destino de Beldar pendía de un hilo.

El enfrentamiento se prolongó por eones, hasta que Arion y Lyra comprendieron que no podían ganar con fuerza sola. Nytheris era un ser caótico, pero su esencia todavía estaba conectada con las líneas ley. Si lograban sellarlo dentro de su propia creación, su poder se disiparía.

Los dioses unieron su energía en un ritual prohibido: La Canción del Ocaso. La música de Arion y la magia de Lyra resonaron con tal fuerza que todas las líneas ley vibraron a un mismo compás, arrastrando a Nytheris y su legión hacia el corazón del último portal. Con un sacrificio doloroso, Lyra ofreció una parte de su propia esencia para completar el sello, asegurando que Nytheris jamás pudiera regresar.

Los portales quedaron cerrados. Beldar finalmente volvió a la calma, aunque las huellas de la batalla permanecieron en el alma del mundo. Las lunas, que una vez danzaban con alegría, ahora guardaban un brillo melancólico, recordando el sacrificio de los dioses. Arion y Lyra, aunque victoriosos, nunca volvieron a ser los mismos.

Los habitantes de Beldar aún susurran sobre aquellos días de fuego y sombra. Algunos creen que, en los rincones más profundos del cosmos, Nytheris aún aguarda, debilitado pero nunca vencido del todo. Otros cuentan que los dioses, aunque divididos por la guerra, aún vigilan su creación desde las estrellas, esperando el día en que Beldar necesite de su luz una vez más.

Cuando la guerra celestial terminó y Nytheris fue sellado, las cicatrices de la batalla quedaron incrustadas en el tejido mismo de Beldar. Aunque los dioses lograron encerrar el caos en los portales sellados, no todos pudieron resistir el flujo de las líneas ley. Algunos portales, debilitados por la intensidad de la guerra, comenzaron a abrirse de nuevo, liberando fragmentos de energía primigenia y conocimiento olvidado.

La razón era clara: Beldar aún no estaba completo. La creación había sufrido un gran golpe, y los dioses sabían que el equilibrio debía restaurarse. Fue entonces, de las cenizas de la guerra, cuando decidieron dar origen a las primeras razas, los verdaderos habitantes de su mundo. Cada una de ellas nacida de los restos de poder divino, diseñadas para proteger y expandir Beldar más allá de lo que Arion y Lyra habían imaginado.

Así surgieron los Cinco Linajes, cada uno con un propósito único:

Los Sylvari, hijos de las estrellas, con la luz de Arion en sus corazones. Poseían el don de la música celestial y la capacidad de interpretar el lenguaje de las constelaciones.

Los Akvana, nacidos del agua, guardianes de los ríos y mares moldeados por Lyra. Sus cuerpos eran afinados con las corrientes mágicas, capaces de sanar la tierra y purificar las aguas contaminadas.

Los Dravari, forjados en el fuego y la tierra por Solara y Kaelor. Eran los protectores de las montañas y los guardianes de los secretos de la creación.

Los Vaelith, descendientes del viento y la sabiduría de Elyndra. Viajeros nómadas, exploradores de los rincones más distantes de Beldar, encargados de mantener la historia y la memoria del mundo.

Los Nythor, nacidos de las sombras residuales de la guerra. Aunque su origen era incierto, los dioses no los destruyeron, sino que les dieron la tarea de custodiar los portales restantes, asegurándose de que Nytheris nunca escapara de su prisión.

Estas razas heredaron fragmentos de la magia de sus creadores y comenzaron a poblar el mundo.

Mientras los dioses observaban desde las estrellas, el destino de Beldar ya no estaba solo en sus manos, sino en las de sus hijos.

Cuando los dioses pensaron que habían contenido la influencia de Nytheris, su esencia permaneció latente en las líneas ley, infectando las grietas del mundo. Aunque sellado, su poder no estaba completamente destruido. Desde la profundidad de su prisión, susurros oscuros comenzaron a filtrarse a través de los portales abiertos, tocando las mentes más susceptibles en Beldar. Y fue así como, con su sutil influencia, dio origen a tres linajes, semillas del caos que expandirían su legado.

Los Tres Linajes Oscuros

Nytheris no pudo crear directamente como lo hicieron los dioses de la luz, pero moldeó lo que ya existía con su corrupción. Los primeros en sucumbir fueron Los Morvath, un linaje nacido de las sombras, seres etéreos con la capacidad de moverse entre dimensiones. Con cada aparición, dejaban cicatrices en el tejido de la realidad y susurraban verdades prohibidas a los habitantes de Beldar.

A continuación, surgieron Los Zarthok, seres forjados en las energías residuales de la guerra celestial. Su piel era oscura como la obsidiana, y sus ojos ardían con el fuego de los portales que nunca deberían haberse abierto. Guerreros por naturaleza, su esencia se alimentaba del conflicto, y donde ellos caminaban, la discordia florecía.

Por último, Los Velyskaar, linaje de artesanos del caos. Eran los únicos capaces de manipular las líneas ley corrompidas, deformando la magia de Beldar en nuevas y peligrosas formas. Crearon monumentos retorcidos y encantamientos que desafiaban las leyes divinas.

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