La Partida:
Capítulo I
El peso del pasado
Eölyn despertó con el canto de los gallos. Hoy
era un día especial: cumplía 16 años. Una edad que marcaba un nuevo hito en su
vida, un hito teñido de tristeza y nostalgia. Cada año, en esta fecha tan
señalada, la invadía una profunda melancolía. La ausencia de su madre, la
tragedia del meteorito... recuerdos que pesaban sobre ella como una losa.
Desde pequeña, Eölyn había crecido rodeada de la
sombra de su pasado. La imagen de su madre, una mujer radiante y bondadosa,
solo la acompañaba en los relatos de su padre, quien se esforzaba por mantener
viva su memoria. La granja, testigo silencioso de su infancia, era el único
lugar que conocía, un refugio donde había trabajado incansablemente desde
temprana edad.
Un don innato
A pesar de las dificultades, Eölyn poseía un don
especial: una aptitud innata para la magia. Desde niña, había demostrado una
facilidad asombrosa para aprender y dominar los hechizos. Su padre, aunque no
era un mago experimentado, le había enseñado todo lo que sabía, reconociendo en
ella el potencial de su abuelo materno, un gran mago que había dejado una
profunda huella en Ferion, su pueblo natal.
Lamentablemente, las capacidades de Eölyn no eran
suficientes para ingresar a la Torre de los Grandes Magos, un sueño que
albergaba desde pequeña. Su padre, consciente de las limitaciones de su propia
enseñanza, le había regalado un antiguo libro de magia heredado de su abuelo.
Un tomo que Eölyn devoró con avidez, aprendiendo todo lo que sus páginas
contenían.
Un camino incierto
Sin embargo, la teoría no era suficiente. La
magia práctica era un arte peligroso que requería experiencia y tutela. Un día,
en un intento imprudente por experimentar un hechizo complejo, Eölyn perdió su
mano derecha. Un accidente que la marcó física y emocionalmente, obligándola a
detener su aprendizaje durante un año.
A pesar del dolor y la frustración, la llama del
deseo de Eölyn por aprender magia no se apagó. Sabía que su destino no estaba
en la granja ni en el pequeño pueblo de Ferion. Hace dos meses, finalmente, se
armó de valor y compartió sus inquietudes con su padre. Él, comprendiendo las
aspiraciones de su hija, la apoyó en su decisión de partir en busca de su
verdadero lugar en el mundo.
El día de la partida
El día de su cumpleaños, mientras Eölyn ultimaba
los preparativos para su viaje, su padre la observaba con una mezcla de orgullo
y tristeza. En sus ojos, veía reflejada la imagen de su esposa, la misma
belleza, la misma inteligencia, la misma determinación. Eölyn, con su largo
cabello rubio y sus ojos azules como el mar, era una joven hermosa y fuerte,
lista para afrontar los desafíos que le deparaba el futuro.
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