Ocenza: La Ciudad del Lamento Eterno
Antaño,
Ocenza era un faro de la civilización, una metrópolis próspera y vibrante,
construida sobre la confluencia de tres ríos sagrados, ahora secos. Sus
edificios de mármol blanco relucían bajo el sol, sus mercados rebosaban de
mercancías exóticas y sus gentes vivían en una armonía casi envidiable. El
corazón de Ocenza latía al ritmo de la devoción hacia Lyra Eldrin, la druida
ancestral que había guiado a sus fundadores y que, según la leyenda, había
tejido la vida misma en los bosques circundantes y en las aguas que la nutrían.
Los
ciudadanos de Ocenza eran conocidos por su profunda conexión con la naturaleza
y por su respeto a los ciclos de la vida y la muerte. Sus rituales eran
solemnes, sus festividades una explosión de color y gratitud. Sin embargo, la
ambición, como una maleza insidiosa, comenzó a echar raíces en el corazón de
algunos de sus líderes.
El
Despertar de la Discordia
Todo
comenzó con el Gran Concilio de los Arcanos, un grupo de magos y eruditos que,
fascinados por los secretos del tiempo y la esencia vital, comenzaron a
experimentar con la magia prohibida. Su líder, un archimago llamado Valerius,
estaba obsesionado con la idea de trascender la mortalidad y alcanzar un estado
de existencia superior. Creía que la vida y la muerte eran meras limitaciones,
y que el verdadero poder residía en el control de la esencia vital misma.
Valerius
y sus seguidores, a quienes la gente comenzó a llamar los "Aspirantes a la
Eternidad", se aislaron en las profundidades de la ciudad, en un complejo
subterráneo que se extendía bajo el Gran Templo de Lyra Eldrin. Allí, en la
oscuridad, comenzaron a desentrañar los hilos de la vida, buscando la fórmula
para la inmortalidad.
El
Ritual de la Falsa Vida
El
clímax de sus experimentos fue el Ritual de la Falsa Vida, un conjuro de
proporciones cósmicas que pretendía arrancar la esencia vital de los ciclos
naturales y concentrarla en un solo punto, creando una fuente inagotable de
"vida" eterna. Valerius, en su arrogancia, creyó que podría controlar
esta fuerza.
El
ritual se llevó a cabo en la noche de la Luna de Sangre, un evento astronómico
raro donde la luna se tiñe de un rojo ominoso. Los Aspirantes a la Eternidad
sacrificaron no solo animales, sino también la energía vital de los árboles más
antiguos del Bosque de Ocenza, y, se rumorea, incluso la de algunos inocentes
secuestrados. La energía liberada fue inmensa, una marea de poder que se elevó
desde las profundidades de la tierra.
Pero
Valerius había subestimado la furia de la naturaleza. Lyra Eldrin, sintiendo la
profanación desde su retiro en el corazón del bosque, intentó intervenir, pero
llegó demasiado tarde. La energía del ritual, descontrolada, no creó la vida
que Valerius anhelaba, sino una parodia grotesca de ella.
La
Maldición de Ocenza
En
lugar de la inmortalidad, el Ritual de la Falsa Vida desató una maldición de
corrupción y estancamiento sobre Ocenza. La esencia vital que Valerius intentó
controlar se retorció, convirtiéndose en una fuerza parasitaria que se aferró a
todo lo vivo en la ciudad.
- Los
Corruptos Eternos: Aquellos que habían estado cerca del
epicentro del ritual, especialmente los Aspirantes a la Eternidad y sus
sirvientes, fueron los primeros en ser afectados. Sus cuerpos no murieron,
pero sus almas fueron corrompidas y sus mentes retorcidas. Se convirtieron
en Los Corruptos Eternos: seres que no están vivos ni muertos, sino
atrapados en un estado de perpetua agonía y furia. Sus cuerpos se
deformaron, su piel se volvió grisácea y sus ojos brillaban con una luz
maligna. Son los guardianes retorcidos de la maldición, atacando a
cualquier ser vivo que se atreva a entrar en la ciudad. No pueden ser
matados por medios convencionales; sus cuerpos se regeneran de cualquier
herida, y sus almas corruptas regresan una y otra vez.
- La
Corrupción Ambiental: La maldición no se detuvo en los seres vivos. La
piedra de los edificios se agrietó y se oscureció, las aguas de los ríos
se volvieron turbias y estancadas, y la vegetación se marchitó,
convirtiéndose en un paisaje de sombras y desolación. La propia atmósfera
de Ocenza se volvió pesada y opresiva, un lamento constante que solo los
corazones más sensibles podían percibir.
- El
Estancamiento del Tiempo: El tiempo dentro de Ocenza se ralentizó y se
distorsionó. Los días se sienten más largos, las estaciones se confunden,
y la ciudad parece atrapada en un crepúsculo eterno, un reflejo de su
estado de no-vida.
La
Última Esperanza: La Daga del Corazón Puro
En
medio de la devastación, hubo un único acto de pura magia que resistió la
corrupción. Antes de que Lyra Eldrin fuera abrumada por la onda de energía
descontrolada, lanzó un último y desesperado conjuro. No para detener el ritual
(ya era tarde para eso), sino para crear una contramedida, una esperanza para
el futuro.
Con
un fragmento de su propia esencia vital, pura e incorrupta, Lyra infundió una
pequeña daga ritual que siempre llevaba consigo. Esta daga, forjada con plata
de luna y adornada con una única gema de esmeralda, se convirtió en la Daga
del Corazón Puro. Es el único objeto en toda Ocenza que no está tocado por
la maldición, su hoja brilla con una luz tenue y reconfortante en la oscuridad
de la ciudad.
La
Daga del Corazón Puro no es una simple arma. Su poder reside en su capacidad
para cortar el vínculo entre el alma corrupta y la maldición que lo mantiene en
su estado de no-muerto. Un golpe certero con la Daga del Corazón Puro no solo
hiere el cuerpo, sino que desgarra la esencia parasitaria de la maldición,
liberando el alma atormentada de los malditos y permitiéndole finalmente
encontrar la verdadera muerte.
El
Reposo en las Catacumbas
Lyra,
debilitada por su esfuerzo y la maldición que envolvía la ciudad, no pudo
mantener la Daga a salvo por mucho tiempo. En sus últimos momentos de lucidez,
y sintiendo la inminente llegada de los primeros malditos, la arrojó a las
profundidades de las Catacumbas de Ocenza.
Las
catacumbas, un laberinto subterráneo de tumbas y pasadizos bajo el Gran Templo,
se convirtieron en un lugar aún más peligroso con la maldición. Los muertos
allí enterrados se levantaron como espectros menores, y las sombras se hicieron
más densas. Sin embargo, la Daga del Corazón Puro, al ser un objeto de pura
esencia vital, no fue corrompida. Cayó en un nicho olvidado, rodeada por los
huesos de los antiguos sacerdotes de Lyra, esperando el día en que un alma
valiente la encontrara y la blandiera contra la oscuridad que había consumido
Ocenza.
Desde
entonces, Ocenza es una ciudad fantasma, un monumento a la ambición desmedida y
la furia de la naturaleza. Los corruptos patrullan eternamente sus calles
desoladas, y el lamento eterno de la maldición resuena en cada rincón. Pero en
las profundidades de sus catacumbas, una pequeña daga brilla con la tenue luz
de la esperanza, la única clave para liberar a la ciudad de su tormento y,
quizás, para restaurar el equilibrio perdido.
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