En un intento desesperado por encontrar una salida, Argon y Dhulk urdieron un plan arriesgado. Con determinación, visualizaron la posibilidad de lanzar a Alma a través de la estructura cercana. Mientras sus compañeros la impulsaban por los aires, ella, en un instante fugaz, debía beber una poción de intangibilidad para atravesar la solidez de la edificación. Pero en un giro inesperado, un ataque repentino de uno de los demonios Pyroselth desencadenó una implosión devastadora en las proximidades. Argon cayó inconsciente por el impacto, mientras Dhulk se esforzaba por propulsar a Alma hacia la casa. Sin embargo, un desafortunado accidente hizo que la poción se le escapara a Alma en pleno vuelo, colisionando bruscamente contra la pared y quedando semiinconsciente a los pies de Enewen, la ágil princesa elfica que acudió velozmente para
asistirla.
Enewen, con destreza y rapidez, desvió los fulgurantes rayos elementales de los golems de
lava para proteger al grupo, ejerciendo un control magistral sobre las fuerzas elementales que rugían en el campo de batalla.
En medio del caos, uno de los colosales demonios que se enfrentaba a Adoax lo desgarró por la mitad, mientras Alfius telepáticamente indicaba al grupo acudir a su posición para resguardar la preciada reliquia del equipo. Mientras tanto, Andva, la loba, logró maldecir a uno de los golems de lava, neutralizando su capacidad de lucha, mientras Linjac se apresuraba a recoger las partes de Adoax, encontrando cobijo detrás de la protección ofrecida por Alfius.
Finalmente, lograron desviar los ataques y escapar de la ciudad envuelta en el caos. Alfius
guió al grupo hacia el portal, resguardado entre las ruinas de Rutnauhau, enviándolos a través de él hacia Embel, en el reino de Areqia.
Emergiendo de la cueva que albergaba el portal, se encontraron con un valle, a lo lejos
divisaron el humo de chimeneas que señalaba la presencia de un pueblo. Decidieron encaminarse hacia ese asentamiento, conscientes de que estaban desconcertados sobre su ubicación exacta.
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