Capitulo III. “Llegada a Haiengen”.
Ultimo día en Haiengen
Alfius, en
su apariencia como anciano, personifica la esencia del tiempo y la sabiduría
entrelazados en un solo ser. Su figura encarna la majestuosidad de los años
vividos, con arrugas meticulosamente trazadas por el tiempo en su rostro,
formando un mapa de historias y conocimientos ancestrales. Su cabello plateado,
como hilos de plata reluciente, cae en ondas suaves sobre sus hombros,
recordando la magnificencia y la serenidad que solo el paso del tiempo puede
otorgar.
A pesar de su avanzada edad, Alfius emana un aura de poder tranquilo y resonante. Sus ojos, profundos y penetrantes, parecen contener universos enteros, reflejando una comprensión insondable del pasado, el presente y el porvenir. La mirada de Alfius transmite una calma resuelta y una determinación intrínseca, como si en su interior guardara secretos que podrían mover el mundo.
Entre las arrugas de su semblante, una sonrisa sabia se dibuja con facilidad, irradiando una calidez reconfortante y una profunda comprensión. Sus gestos son pausados pero llenos de significado, cada movimiento meticulosamente calculado como si llevara consigo la carga de los años que ha vivido.
A pesar de su apariencia anciana, hay una fuerza sutil y enigmática que emana de Alfius, una presencia que Weedman, con su aguda percepción, puede detectar con claridad. A través de esa aparente fragilidad y tranquilidad, se vislumbra una energía interior, una fuerza inmensa que yace en su interior, lista para ser desatada si el destino lo requiriera. Weedman, con su intuición aguda, puede sentir esta presencia misteriosa, la cual contrasta poderosamente con la apacible apariencia del anciano sabio.
Aunque su
aspecto denotaba edad, su mirada reflejaba un poder inconmensurable. La
presencia del huevo de dragón que Alma llevaba consigo no pasó desapercibida
para Alfius; él intuyó que aquel huevo portaba consigo el destino mismo de
Beldar.
"Este huevo es de suma importancia", comenzó Alfius con solemnidad. "Es el núcleo de lo que está por acontecer en Beldar. Pronto, su futuro se verá moldeado por lo que ocurra con él".
Las palabras de Alfius capturaron la atención de Alma y sus compañeros, quienes reconocían
la significancia del huevo, pero desconocían su verdadero potencial.
"¿Qué debemos hacer?" inquirió Alma, buscando orientación.
"Proteger el huevo es esencial", enfatizó Alfius con seriedad. "El destino de Beldar yace en su resguardo".
En un gesto de confianza, Alfius entregó a Alma una piedra especial. "Esta piedra es nuestro vínculo", explicó. "Si alguna vez necesitas mi asistencia, podrás invocarme utilizando esto".
Con los consejos de Alfius grabados en sus mentes, Alma y sus compañeros se despidieron del anciano sabio. Con la determinación firme, asumieron la responsabilidad de resguardar el huevo, conscientes de que su misión no solo era crucial, sino también misteriosamente ligada al porvenir de su tierra natal, Beldar.
Mientras los
personajes se adentran en la noche oscura a lo largo de la orilla este de la
ciudad, un velo de humo espeso y asfixiante se cierne sobre ellos. La densidad
del aire se hace palpable, saturado con el penetrante olor a quemado. Las
llamas, voraces y resplandecientes, proyectan su danza infernal en cada rincón
del almacén, tejiendo una coreografía peligrosa de destellos naranjas que
contrastan con la negrura circundante. El rugido ensordecedor del fuego que
devora todo a su paso aturde los sentidos, mientras que el calor se torna casi
insoportable.
En medio del caos incendiario, un débil grito infantil se eleva sobre el crepitar del fuego, una llamada desgarradora que indica la presencia de alguien atrapado entre las llamas. El avance rápido del fuego devora estanterías repletas de herramientas de artesanía, y el humo, oscuro y pesado, obstaculiza la visión y dificulta la respiración. El sonido intermitente de explosiones añade una capa adicional de peligro al caos ardiente.
En la profundidad del almacén, entre las llamas voraces y la oscuridad amenazante, se distingue la silueta frágil de una niña. Aterrorizada y acorralada en un rincón, parece herida y paralizada por el miedo, aunque sus gritos angustiados revelan su conciencia de la situación a su alrededor.
El tiempo apremia, el fuego avanza descontrolado y la niña está en grave peligro. Alma, inmune al fuego, comprende la urgencia y sin titubear se adentra en el almacén envuelta en las llamas para rescatar a la pequeña. La intensidad del fuego y el humo sofocante parecen no afectarla, y con la ayuda del demonio, que le provee una manta empapada en agua, logra rescatar a la niña antes de que sea víctima del fuego o de la inhalación de humo mortal. El asombro se refleja en los rostros de los presentes al ver a Alma salir desnuda del almacén, completamente ilesa a pesar del desafío infernal al que se enfrentó.
Mientras tanto, en la cercanía, Éodoric, miembro de la drihten, alerta a todos sobre el incendio, mientras una voz débil, apenas perceptible entre el estruendo del fuego, pide ayuda. Esta voz pertenece a Spearwa, una joven curiosa que, siguiendo a una figura encapuchada, quedó atrapada accidentalmente dentro del almacén en llamas.
Mientras el
caos del incendio devora el almacén, Weedman, en su búsqueda por seguir el
rastro de Urdrath, logra avistar al fugitivo en la cercanía, aunque pronto
pierde su pista en un denso bosque adyacente. La oscuridad de la noche y la
densa vegetación conspiran para hacer desaparecer al misterioso individuo de su
campo visual.
En su afán por seguir el rastro, Weedman explora el bosque con sigilo. En un claro apartado, se topa con un escenario desolador: dos cuerpos sin vida yacen tendidos en el suelo, sus formas inertes parecen sugerir un enfrentamiento violento entre ellos. Las ropas desgarradas y los rasgos contorsionados de los cadáveres dan testimonio de una lucha mortal que culminó en la tragedia. La escena, en su espeluznante quietud, emana un aire de misterio y violencia, dejando a Weedman perplejo ante el macabro hallazgo.
El edificio,
envuelto en un humo espeso y un fuego avasallador, presenta una cerradura
difícil de abrir. En medio del caos, un fugaz destello revela la figura
encapuchada de Urdrath desapareciendo en la oscuridad, escapando de las llamas.
En medio del caos y la urgencia por rescatar a la niña atrapada en el almacén en llamas, Alma, enfrentándose a una cerradura de gran dificultad, desplegó toda su destreza y determinación. A pesar de la peligrosidad de la situación, con un temple inquebrantable y una agudeza concentrada, logró manipular la cerradura desafiante. Con movimientos precisos y rápidos, Alma abrió la puerta con destreza, superando la obstinada resistencia del mecanismo en un acto de heroísmo en medio del peligro inminente. Su habilidad y valentía fueron cruciales para acceder al interior del almacén y llevar a cabo la arriesgada operación de rescate.
Con el correr de los minutos, los habitantes de la ciudad acuden en masa para combatir el fuego, alertados por los llamados de ayuda de Éodoric. El fuego, un fenómeno poco común en Haiengen, despierta la solidaridad de la comunidad, que se une para sofocar las llamas. A pesar de los esfuerzos conjuntos, el almacén queda prácticamente destruido, víctima del fuego avivado por las deudas de juego y el ansia de venganza de Urdrath hacia Riguntha, la competidora de Agilulf, quien rechazó sus avances amorosos.
Mientras los
valientes aventureros disfrutaban de un merecido festín en la posada de los
muelles, compartían historias y leyendas locales, entre las cuales se
encontraba la historia épica del temible "Guardián de la Horca". Esta
narración legendaria, arraigada en los más profundos rincones de Haiengen,
surgía de épocas antiguas y sombrías.
La historia se remontaba a Griming Galwa, conocido como "El Espectro de la Horca", un despiadado criminal que sembró el terror en la región con su ola de atrocidades. Entre sus actos más infames, se destacaba el brutal asesinato de la joven hija del renombrado Maestre Vodaga, además de una serie de robos y asesinatos que sumieron en la desolación a los habitantes de
Haiengen.
En el año 1597, la justicia alcanzó a Griming, y tras ser capturado, juzgado y condenado a la horca por sus crímenes atroces, proclamó una venganza implacable contra Haiengen y todos sus ciudadanos. A pesar de la ejecución, su amenaza perduró, arraigándose en el imaginario colectivo como un cuento de terror, aunque algunos lugareños supersticiosos aún evitaban acercarse a la horca, especialmente en las noches oscuras cerca del Woetsal, conocido como el
"Estanque del Mercado".
A pesar de que la mayoría descreía de la vuelta de Griming, las leyendas persistían alimentadas por la desaparición ocasional de valientes que osaban acercarse a la zona. Aunque muchos consideraban los relatos sobre su regreso como fábulas destinadas a asustar a los menos precavidos, algunos juraban haber divisado el espectro del criminal, empuñando una espada manchada de sangre, entre las brumas nocturnas. El susurro de personas que desaparecían en los alrededores reforzaba el misterio en torno al "Espectro de la Horca".
En noches de luna nueva, ya pocos se aventuraban cerca de los restos que, en algún momento,
supuestamente habrían sido el lugar de ejecución de Griming Galwa en el Woetsal septentrional. La ubicación exacta del antiguo poste de la horca se había desvanecido con el tiempo, difuminada entre los recuerdos de los ancianos y sumida en el olvido colectivo. Aunque las historias persistían, alimentadas por el misterio y la superstición, la mayoría de los habitantes, sobre todo los más jóvenes, ya no podían señalar con certeza dónde se encontraba dicho sitio.
En el transcurrir de las generaciones, las leyendas sobre Griming y su regreso había perdido fuerza, relegadas a meros cuentos de viejas, aunque los ancianos recordaban vagamente la presencia de alguna estructura vieja en los alrededores del Bosque de Véltaro. A pesar de todo, en los rincones más oscuros de la ciudad, entre susurros y gestos discretos, se mantenía un eco sutil de esas viejas historias, un recordatorio de que, a veces, las leyendas ocultan fragmentos de verdad en su corazón.
El enfrentamiento con el espectro resultó ser una prueba más desafiante de lo
anticipado. El fantasma de Griming se resistía a aceptar un descanso eterno,
prolongando su influencia perturbadora. La primera confrontación los llevó a
recurrir a la poción intangible, un recurso desesperado pero que se reveló
efectivo. No obstante, la victoria fue agridulce, marcada por la caída de
Gandar, quien sucumbió bajo la hipnosis del espíritu maligno, siendo el primero
en caer bajo su hechizo.
La segunda aparición del fantasma fue más impactante. Atacó a los habitantes de una taberna cercana y, con un certero flechazo, Dhulk consiguió derribarlo por segunda vez. Sin embargo, la situación se volvió más siniestra cuando el espectro, en un giro inesperado, se materializó en el fondo del pozo. Este lugar, que Weedman había detectado previamente como un foco de magia poderosa, parecía ser el epicentro que permitía al espectro renacer una y otra vez.
Allí, en medio de un círculo de runas antiguas, Azael se esforzaba por descifrar su significado y detener el ciclo interminable de resurrecciones del espectro. En ese momento crucial, Weedman, con valentía y temor entrelazados, apuntó su varita de rayos de plasma hacia Azael, advirtiéndole sobre la urgencia de actuar. Destruir las runas era la única esperanza para poner fin a la persistencia del espectro. Azael comprendió que el rayo de plasma de Weedman era la única salida, aunque implicara un riesgo inmenso al estar a su lado.
El rayo de plasma de Weedman destruyó las runas, desencadenando una reacción mágica
catastrófica. La confrontación puso en peligro la vida de todos los presentes, y aunque estuvo a punto de costarle la vida al demonio, lograron su cometido.
La actividad intensa del espectro durante ese año planteaba una pregunta inquietante: ¿qué fuerza o qué extraño suceso estaba propiciando su resurgimiento incesante? Algo oscuro y desconocido se cernía sobre la ciudad, un enigma que requería una respuesta urgente antes de que sucediera algo aún más siniestro.
Han pasado
ya cuatro días desde que adentraron en la ciudad y la vieja lanzó la profecía a
Alma, aunque en ese momento no alcanzaron a comprender su significado.
Regresaban a la orilla del río para buscar un merecido descanso cuando, de
repente, mientras caminaban por el centro de la plaza del reloj, frente a la
majestuosa catedral, un gran terremoto los sacudió violentamente. Un enorme
agujero surgió en el suelo y de él emergió un imponente dragón negro acompañado
por una horda de demonios, algunos de ellos de una presencia aterradora. La
plaza se convirtió en un escenario caótico, portales demoníacos se abrían por
doquier, dando paso a criaturas de pesadilla.
Entre los demonios, uno destacaba por su imponencia y se dirigió directamente a Azael con una voz grave y penetrante: "Es hora de que pagues por tu servicio e inmortalidad", vociferó el ser infernal.
En el momento en que el grupo se vio rodeado por una marea de enemigos, Alma recordó
la piedra que le había entregado Alfius y la activó sin dudarlo. De repente, en un destello brillante, apareció Alfius acompañado por un grupo peculiar y poderoso: una princesa elfa, heredera de los reinos de Idril, Searia y Selurdia; un linch de apariencia majestuosa; un demonio en una armadura negra, un vestigio ancestral de la primera era; un paladín con su aura sagrada; y una loba con garras negras que desprendían una magia de una fuerza inmensurable.
La llegada de este variopinto grupo marcó un cambio drástico en el enfrentamiento. Con
habilidades y poderes extraordinarios, el grupo liderado por Alfius se lanzó a la batalla, desencadenando una lucha épica contra las huestes demoníacas. Juntos, combatieron con destreza y valentía, desafiando a los seres infernales que asediaban la plaza, tratando de contener el caos que amenazaba con consumir la ciudad.
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